miércoles, 1 de junio de 2011

de dolor

Escondía la mirada para que no notasen sus lágrimas; como si alguien lo viera. Caminaba, pero rumbo no había. Cada vez se sentía más vacío. Pero continuaba, ¿Quién iba a pararlo? Comenzaba a sentir una ligera molestia en el pie izquierdo, pero qué le importaba. Pues, siguió caminando. De repente, tampoco sentía el pie derecho, pero ¿Quién iba a pararlo? Su destino era el horizonte, y hasta no llegar no pararía. Atravesando calles menos céntricas, y más iluminadas, empezaba a arderle una pierna, pero el viajero nunca cesa. A lo largo de pastos floreados de panaderos y algunos frutos silvestres, empezaba a sentirse más vacío y deshecho. El dolor ya era tan fuerte, que ya no sentía ninguna pierna. Pues siguió caminando, como pudo, claro. Cada vez se acercaba más al sol, estaba seguro de que llegaría. Entonces decidió descansar. Miró hacia atras, la sangre derramada, y sus huesudas piernas, acostadas bajo el cielo, tranquilas y sin preocupación. A veces la solución duele

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